Puede que fuera el ritmo pausado, a veces cortado, o la fotografía tan nítida, con esos paisajes preciosos, no sé. O a lo mejor me pudo ver a una mujer protagonista realmente fuerte, capaz de matar con sus manos (o con lo que le echaran por delante) sin un gesto de la cara y que, sin embargo, no podía dormir por las noches recordando su infancia.
No sé que tuvo Elektra que me quedé hasta las tantas viéndola, aunque al final quisiera matar al director y todo su equipo por la ropa con que la vistieron para la batalla final, aunque tuviera todo el tiempo la sensación de estar viendo una tontada proveniente de algún videojuego reciclado, aunque no la entendiera del todo.
A veces pasa eso: algo te cautiva, algo que sabes que no merece tu atención, que no vale el tiempo que le dedicas, pero te quedas, como en una relación falluca, o comiendo un postre que sabes que te sentará mal, o trasnochando a pesar de no estarte divirtiendo. Qué le vamos a hacer, la vida no suele ser ni coherente ni razonada y, como ya dijo Willy Wilder en su maravillosa película: "Nadie es perfecto". Recuérdalo la próxima vez que te equivoques.
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